¿Campeones?
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¿Campeones?



Claro, todavía falta superar la semifinal y ganar la final, pero esa es la pregunta que todos los hinchas de Millonarios, o al menos los más escépticos, se hacen por estos días. Sin un juego vistoso y con más amor propio que fútbol, el azul superó a La Equidad, rival durísimo, y está más cerca del objetivo principal. ¿Alcanzará para ganar el título?

Ni idea, es un total misterio. La irregularidad de Millonarios durante todo el torneo no es garantía de nada. Jugando feo (que no necesariamente es jugar mal) ya llegó, al menos, hasta la semifinal, y aunque los números en la tabla de reclasificación dicen que Millonarios es uno de los mejores, el común denominador de la versión 2-2017 del equipo ha sido el juego pragmático, por encima del fútbol lírico que los hincas quisieran ver.

Tal vez, por eso el ambiente en El Campín volvió a ser aburridor. Quienes vieron el juego por televisión habrán visto las tribunas casi llenas, y se habrán imaginado un ambiente de fiesta y alegría. Pero lo cierto es que el murmullo y el insulto volvieron a aparecer desde muy temprano; a pesar del triunfo, a la hinchada no le gusta cómo juega este Millonarios.

El técnico Russo conoce muy bien las limitaciones de su equipo, y sabe usarlas a su favor. Es un malabarista. Sabe muy bien que Riascos está en un nivel muy pobre, pero no tiene a nadie más, entonces lo aguanta. Conoce mejor que nadie las evidentes limitaciones David Macallister Silva, pero sabe que Alexis Zapata y Kouffati le aportan menos, y por eso mantiene al bogotano. Y en general, esa es su lógica para manejar al equipo y diseñar su estrategia de juego. Pragmatismo argentino al 100%: prefiero jugar feo y ganar, que jugar bonito y perder.

La duda que ronda por la mente de los hinchas es si ese pragmatismo alcanza para ilusionarse. ¿Será suficiente?

Lo cierto es que ya el objetivo se ve un poquito más cerca, y nadie daba un peso. Este Millonarios de Russo ha sido tan irregular y a la vez tan efectivo que el campeonato podría caer del cielo, sin que nadie se lo imagine.

Sebastián Silva


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